¿Qué decir del vino? Es una bebida elegante, destinada a celebraciones. Vino tinto, vino blanco... Podríamos decir que para gustos, vinos. Las personas tenemos distintos sentidos del gusto, tenemos distintos paladares. Por esta razón, es muy subjetivo hablar de la calidad de los vinos. Cuál es mejor, cuál tiene más color, cuál es más fino o cuál es más seco. Existen mil definiciones acerca de la sensación de un sorbo de vino penetrando en nuestras papilas gustativas. Pero no existen dos personas iguales a las que el vino les proporcione las mismas sensaciones.
El vino forma parte de la historia. Conocemos relatos en siglos atrás en donde el vino ya formaba parte del paisaje de la época. Ahora que se acerca la Semana Santa tenemos el claro ejemplo del vino con motivo religioso. En cada misa el vino significa la misma sangre de Cristo. Y comparar ambos, amplia su importancia.
Pero no queda ahí su evolución histórica. Ya en antiguos viñedos se utilizaban técnicas más rudimentarias para conseguir una botella de vino. Ahora, con las innovaciones tecnológicas, las máquinas y la producción a gran escala, es mucho más fácil de hacer. Hoy en día existen muchos nombres de vinos, más y menos famosos, más y menos conocidos, y de mayor o menor precio.
Sinceramente, no siento mucha afinidad por los vinos, pero muchos de mis familiares sí. He crecido rodeada de botellas de vino y conozco algunos de los nombres estrella o de las marcas estrella. Son caros, claro, pero la calidad es muy alta y el proceso de trabajo, costoso.
Creo que la apariencia de los precios también es subjetiva. Compramos lo que estamos dispuestos a pagar. Y si se venden millones de botellas y se exporta tantísimo vino español alrededor del mundo es porque el vino es un gran negocio. Un negocio que mueve a muchos profesionales. Un negocio que inventa nuevas profesiones, como la cata de vinos. Que implica a miles de personas en su producción, en la planta de las viñas, la recogida y el proceso restante. Estamos hablando de una forma de vida.
Por todo esto, porque ha formado y forma parte de la historia, porque repercute económicamente a la industria nacional, porque mueve una gran cantidad de dinero y sobre todo, porque hay personas a las que les encanta un buen vino, por lo que creo que la tradición del vino ha dibujado una cultura. El vino es gastronomía, el vino es cultura.
He tenido la suerte de ver en primera persona cómo funciona la producción del vino. He visto viñedos amplios y preciosos. Y he visto cómo es el proceso para su obtención. Comprendo que si hay intereses económicos, las empresas vinícolas se limitan a producir y producir y, al final, forma parte de la monotonía y se convierte en un trabajo.
Pero también hay personas que disfrutan teniendo un minúsculo viñedo y produciendo una veintena de botellas al año. Para luego disfrutarlo en la intimidad, personalmente con sus familias. Ahí está su riqueza. Compartirlo con gente a la que admiras, a la que quieres. Y es que creo que el vino es un motivo de reunión y siempre está presente en nuestras celebraciones.
Para mí sí que existe una cultura del vino. Habrá más o menos gente y en mayor o menor intensidad, a las que les guste beberse una copa de vino antes de cenar o, tal vez, acompañar sus comidas con una botella. Pero en el momento en que reflexionamos y observamos que forma parte de nuestras vidas diarias, ya entendemos que es muy popular y que, por supuesto, es un buen regalo para contentar a otra persona.
Entonces, ¿por qué nos resulta extraño entender una bebida alcohólica como un signo cultural? En mi opinión hemos evolucionado culturalmente demasiado, nuestros hábitos han cambiado y ahora cada vez más pronto probamos nuetro primer trago de alcohol. Es decir, nos habituamos antes a bebidas fuertes, o a bebidas alcohólicas, y poco a poco, integramos en nuestra dieta normal este tipo de bebidas. Y el vino, que no es estrictamente alcohólico, entra en nuestra dieta para cualquier día y no tiene por qué ser para actos puntuales. Por ello, podemos pensar que es totalmente normal beber vino y que no por ello se nos considere alcohólicos. Lo importante es que la gente disfrute y se divierta con una copa.
El vino nos ayuda a enamorarnos, a entablar amistades, a solucionar un malentendido, a hacer un regalo, a mantener conversaciones, a celebrar fiestas populares... El vino nos ayuda a socializarnos con nuestro alrededor. Está integrado en la cultura y en el saber vivir de la sociedad.
También quisiera añadir que, en la actualidad, con la alta cocina, con nuestros exquisitos gustos, los paladares, fantásticos cocineros y maravillosos restaurantes, el vino se convierte en clase y elegancia para integrar perfectamente todos los sabores de la cocina. No importa que sea tinto o sea blanco, lo que importa es que sea un buen vino y, por supuesto, que se disfrute con amigos. Por esta razón, adquiere un gran protagonismo en nuestras mesas. Como he dicho antes, poco a poco va ganando más y más importancia. Y repito que no hay mejores o peores vinos, claro que hay una lista con los más conocidos, sino que nuestro gusto subjetivo es el que ha de decidir cuál tomar, dirigido a las materias primas que comemos, dirigido al momento del día en el que bebemos o dirigido a la estación del año. Hay mil condicionantes para escoger el vino adecuado. Y son todos estos detalles los que nos hacen entender que se ha estudiado mucho en ello. Esto ratifica todavía más que el vino, en España, es un signo cultural que nos define, que dibuja nuestros gustos y nuestra forma de vivir y disfrutar de las pequeñas cosas.